Esta era la segunda vez que Carolina contaba en La Luna. En la primera ocasión nos regalo sus cuentos de comida y placer de paladar, que nos hizo reír y desear salir corriendo a una pastelería. Esta vez decidió una apuesta más atrevida. Según sus propias palabras: “Cuando hay un publico como el de la luna, es una tentación hacer una sesión con aquellos cuentos que más nos gustan, pero que son difíciles de entender”. Y no es que fueran difíciles, pero si que eran cuentos duros, sin concesiones fáciles a la risa, cuentos para dejarte perplejo durante un instante, para paladear las palabras y sentir. Claro que tratándose de Carolina todo ello es acompañado de comentarios y pequeñas historias que conjugan con la dureza, pero nos hacen sonreír y soltar un suspiro de descanso. La sesión se llamaba “Cuentos de La Penumbra”, y en ella dos cuentos destacaron por encima de todo: El cuento de la bruja y la rosa y el del “Guardagujas”. Pero en mis oídos todavía resuena el cuento taurino del torero, que sonreía mientras corneado estaba en la enfermería y su apoderado le criticaba por acercarse tanto al toro, por entregarse de esa manera; a lo que él contestaba: “Si, es posible, ¿pero has visto como estaba él publico?. Y esto es la narración de Carolina, de una entrega total, un placer como publico y como amigo.
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