Tal vez cuando el lector se asome a las páginas de este libro lea sus cuentos en soledad. Pero, quizá eche en falta el calor de una buena compañía reunida alrededor de una hoguera prendida en la noche, y puede que entonces quiera evocar el espíritu de los filandones –germen de este 'Cuentos del gallo de oro', una imagen que alude a la veleta que coronaba la torre románica de la Real Colegiata de San Isidoro–, aquellas narraciones que surgían, a modo de tradición oral del noroeste de la Península, en el ocaso del día, en pleno invierno, mientras las mujeres hilaban y los hombres trenzaban el mimbre.
FUENTE: EL MUNDO
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