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sábado, febrero 16, 2008
El jueves estuvo Manuel Aliaga en La Luna
Manuel Aliaga vino por primera vez a La Luna, con una colección variopinta de cuentos: largos, cortos, interruptus, con y sin moraleja...
Manuel, habitualmente, cuenta cuentos a niños. Es una de las especializaciones que he ido identificando en este mundo de los cuentacuentos: están los de la tradición oral regional, los de la tradición oral internacional, los de los cuentos literarios... y, entre estos y otros más, los que cuentan a niños.
Contar cuentos a niños requiere, según voy observando, técnicas precisas para capturar la atención de un auditorio tan propenso a dispersarla. Cuando esas técnicas se despliegan ante un público ya crecido, las recibimos con distancia. El niño que llevamos dentro, desgraciadamente, ya está bastante resabiado, y frente a un pez de papel, donde un niño de verdad ve un pez, nosotros vemos (desgraciadamente) un papel.
Los cuenteros, que otras cosas serán pero tontos no, lo saben, y cuando un especialista en niños se presenta, como Manuel hizo el jueves, frente a una audiencia que dejó atrás la infancia hace ya un par de años, lo hace cargado de responsabilidad. Pues la respuesta del público es impredecible: no somos más difíciles de fascinar que un niño, pero no nos fascinan las mismas cosas. Y el cuentero, pisando un terreno poco firme, camina con paso inseguro.
Esto le ocurrió a Manuel (y a otros antes y seguro que a otros después que él), al que le costó arrancar, aplomarse y hacerse con el auditorio. Cuando tomó sus armas y nos llevó a su terreno, nos dio una buena muestra de su capacidad: el dominio de la voz, del gesto, del ritmo narrativo. Nos dejó vislumbrar que frente a una jauría de tiernos infantes, es el amo. Pero a nosotros no nos llegó a encandilar; se me ocurre que es algo así como ver a un mago, sabiendo cómo se realizan los números: aprecias y aplaudes la habilidad y la limpieza de la ejecución, pero ya no te sorprende, ya no abres la boca y dices "¡oh!".
***
Nota (con sincero enfado): lo de los móviles de las pelotas ya resulta indignante. Está ahí, a un metro, un tipo expuesto a nuestro juicio, inquieto por la responsabilidad, tratando de crear un ambiente para que su historia llegue a emocionar a los que escuchan, y una *!!=?#%#* se pone a llamar por teléfono, ahí, a un metro del que cuenta. Y no contenta con eso, tras ser reprendida y quisiera pensar que ridiculizada ante todos, aún deja el teléfono encendido y al poco recibe otra llamada. Eso, se mire por donde se mire, es una muestra de desprecio y de absoluta falta de respeto tanto hacia el que ha ido a contar como hacia los que han ido, de verdad, a escuchar. Si no se puede prescindir del teléfono durante una hora u hora y media, es para hacérselo mirar.
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