Con Carlos la diversión está asegurada. Sus sesiones son variadas porque, como alguna vez nos ha recordado, él no es cuentacuentos: cuentos cuenta, pero su oficio es titiritero.
Así que nos cuenta sucedidos, coplas de ciego, nos canta rabeladas (o su equivalente, en cada lugar lo llaman de una forma, pero viene a ser lo mismo), recita versos... y cuenta algún cuento; a su manera, claro, porque esa Blancanieves que nos contó fue... bueno.... que Walt Disney habría cambiado cuatro detalles, no sé si me explico.
Además, tuvo la habilidad de hacer de fallos virtudes: en un momento, al comienzo, en que se quedó en blanco, salió con un "¡maldito gintonic!" que se convirtió en un elemento más de la noche, apareciendo aquí y allá, un leit-motiv que fue hilando la sesión.
Los cuentos, las historias que contó, ya se las conocía. Pero es lógico, le seguimos mucho. Y tampoco importa, porque como ya me pasa con otros, al final con lo que me quedo es con la forma de contar y de presentarse ante el público.
Un par de momentos de Carlos en acción:
"Y allá va la despedida,
la que echó Cristo en el soto:
la que no tenga marido
que se venga con nosotros"
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