domingo, abril 02, 2006

MENSAJE DEL DÍA INTERNACIONAL DEL LIBRO INFANTIL. 2006


EL DESTINO DE LOS LIBROS ESTÁ ESCRITO EN LAS ESTRELLAS

Los adultos preguntas a menudo qué pasará con los libros cuando los niños dejen de leerlos. Esta podría ser una de las respuestas:
“Los cargaremos en grandes naves espaciales y los enviaremos a las estrellas”
¡Estupendo...!
Los libros son en realidad como las estrellas que brillan en la noche. Hay tantos que no se pueden contar y a menudo están tan lejos de nosotros que no nos atrevemos a ir a buscarlos. Pero imaginad tan sólo la oscuridad que reinaría si un día todos los libros, esos cometas de nuestro universo cerebral, se escaparan y dejaran de emitir esa energía sin límites del conocimiento y la imaginación humanos...
¡Dios mío!
¿Dices que los niños no pueden entender semejante ficción científica?. De acuerdo, entonces regresaré a la tierra y me permitiré recordar los libros de mi propia infancia. Porque eso es lo que me vino a la memoria cuando estaba contemplando la Osa Mayor, la constelación que los eslovacos llamamos “El Gran Carro”, ya que los libros que más quería me llegaron en un carro... Bueno, no a mi en primer lugar, sino a mi madre. Sucedió durante la guerra.
Un día estaba ella al borde del camino cuando apareció un carro traqueteante. Era un carro de heno tirado por caballos, pero cargado hasta arriba de montones de libros. El que lo conducía le dijo a mi madre que estaba llevándose los libros de la biblioteca de la ciudad a un lugar seguro, para evitar que los destruyeran.
Por entones mi madre era todavía una niña que ansiaba leer, y a la vista de aquel mar de libros sus ojos brillaron como estrellas. Hasta entonces sólo había visto carros cargados de heno, paja o estiércol. Pera ella un carro lleno de libros era como algo propio de cuento de hadas. Así que se armó de valor para preguntar:
“¿Por favor, me podría dar al menos un libro de ese gran montón?”
El hombre sonrió, asintió con la cabeza, saltó del carro, y soltó uno de los laterales mientras decía:
“¡Te puedes llevar a casa tantos como caigan al suelo!”.
Los libros cayeron ruidosamente sobre el polvoriento camino y poco después la extraña carreta desaparecía tras una curva. Mi madre los apiló, mientras su corazón se le salía del pecho de emoción. Cuando les hubo quitado el polvo, comprobó que entre ellos, causalmente, había una edición completa de los cuentos de Hans Christian Andersen. En los cinco volúmenes de diversos colores no había una sola ilustración, pero, de manera un tanto milagrosa, estos libros alumbraron las noches que mi madre tanto temía. Pues durante esa guerra ella había perdido a su madre. Cuando leía aquellos libros, al caer la noche, cada uno de ellos le proporcionaba un pequeño rayo de esperanza, secretamente ilustrado en su corazón por unas pestañas que se cerraban, hasta que se quedaba apaciblemente dormida, al menos durante un rato...
Pasaron los años y aquellos libros llegaron a mis manos. Siempre los llevo conmigo por los caminos polvorientos de mi vida. ¿Qué de qué polvo hablo, preguntas?
¡Ajá!
Quizá estaba pensando en ese polvo de estrellas que se posa en nuestros ojos cuando nos sentamos a leer en una noche oscura. Si es así es que estamos leyendo un libro. Después de todo, podemos leer todo tipo de cosas. Un rostro, las líneas de la mano, las estrellas....
Las estrellas son libros que iluminan el cielo de noche.
Cuando dudo si merece la pena escribir otro libro, miro al cielo y me digo que el universo en realidad no tiene límite y que aún tiene que quedar sitio para mi pequeña estrella

Ján UlicianskyTraducción: Juan Ramón Azaola

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