“PAPA, CUENTAME una historia de cuando eras niño. Cuéntame la historia de la vez que conociste a tu mejor amigo Chris en la escuela”. Con seis años de edad, Alex, quien acaba de comenzar la escuela, se acurruca en su almohada y toma la mano de su padre en la oscuridad. Han terminado la lectura nocturna de Tin Tin, y ahora es el momento de “una historia más” antes de que el pequeño se duerma.
La mayoría de los padres conocen los beneficios de leer libros de cuentos con sus hijos pequeños. Los padres son expuestos a este mensaje en consultas pediátricas, en el jardín, la televisión, incluso en los carteles publicitarios de los autobuses. Leer libros con los hijos a diario mejora sus habilidades lingüísticas, aumenta su aprendizaje sobre el mundo y ayuda a que ellos mismos lean posteriormente en la escuela. Un nuevo estudio publicado en Science incluso muestra que la lectura de ficción literaria mejora la capacidad de los adultos para comprender emociones de otras personas.
Sin embargo, la imagen acogedora de relajación con su hijo pequeño mientras repasan un libro no calza con la realidad de algunos padres y niños. En algunas culturas, los padres no se sienten tan cómodos ante la lectura con sus hijos, sencillamente porque los libros no formaron parte de su vida cotidiana mientras crecían. Para otros, la lectura con los hijos es una actividad tensa debido a sus propias experiencias negativas cuando aprendían a leer. Y para algunos niños muy activos, sentarse con un libro es más un castigo que una recompensa.
Pero lo que la mayoría de los padres no sabe es que las historias cotidianas de la familia, como la que el padre de Alex contó esa noche, otorgan muchos de los beneficios de la lectura e, incluso, algunos nuevos.
En los últimos 25 años, un pequeño canon de investigaciones sobre las historias familiares muestra que cuando los padres comparten más historias de familia con sus hijos, especialmente cuando cuentan esas historias de forma detallada y sensible, sus niños se benefician de diversos modos. Por ejemplo, estudios experimentales muestran que, cuando los padres aprenden a recordar de forma detallada los acontecimientos cotidianos del pasado con sus hijos en edad preescolar, sus hijos cuentan narraciones más ricas y completas a otros adultos, entre uno a dos años después, si se les compara con niños cuyos padres no aprendieron estas nuevas técnicas de recordación.
Los hijos de los padres que aprendieron estas nuevas formas de evocación del pasado también manifiestan una mejor comprensión de los pensamientos y emociones de los demás. Estas avanzadas habilidades emocionales y narrativas son beneficiosas para los niños cuando están en la escuela y se enfrentan a la lectura de materiales complejos, además de aprender a llevarse bien con los otros. En la preadolescencia, los niños cuyas familias conversan con frecuencia sobre los acontecimientos cotidianos y las historias familiares, tienen una mayor autoestima y conceptos sobre sí mismos más fuertes.
Y los adolescentes con un conocimiento fuerte de la historia de sus familias presentan identidades más sólidas, tienen mejores habilidades adaptativas y experimentan tasas de depresión y ansiedad más bajas. Contar cuentos de familia puede ayudar a que un niño se convierta en un adolescente conectado con las personas importantes en su vida.
Lo mejor de todo, a diferencia de los cuentos de los libros, es que las historias familiares son siempre gratis y completamente portátiles. Incluso no es necesario que usted mantenga la luz encendida para compartir con su hijo alguna historia sobre su día, sobre el día de él, sobre su niñez o de su abuela. En las investigaciones sobre narrativas familiares, todos estos tipos de historias están vinculados con beneficios para su hijo.
Todas las familias tienen historias que contar, independientemente de su cultura o sus circunstancias. Desde luego, no todas ellas resultan ser idílicas. Las investigaciones realizadas a nivel internacional muestran que los niños y adolescentes aprenden mucho de las historias sobre los momentos más difíciles en la vida, siempre y cuando sean narradas de una manera que sea sensible al nivel de comprensión del niño y siempre que se obtenga algo bueno de la experiencia .
Contar la historia de cuando el árbol de Navidad se incendió a causa de un cableado defectuoso y quemó los regalos está bien, siempre y cuando usted pueda adornarla positivamente. Por ejemplo: tuvieron la suerte de salvar de las llamas algunos adornos preferidos, y su familia terminó en un comedor para la cena de Navidad, donde conocieron a Marion, quien se convirtió en un querido amigo de la familia.
Los libros contienen narraciones, pero sólo las historias de la familia contienen las narraciones personales de su familia. Los niños afortunados consiguen ambas cosas. Ellos escuchan y leen historias de libros para ser parte de los mundos de otras personas y escuchan y cuentan historias de su familia para comprender quiénes son y de dónde vinieron.
Como dijo la reconocida escritora Ursula Le Guin (Cuentos de Terramar), “ha habido grandes sociedades que no utilizaron la rueda, pero no han existido sociedades que no contaran historias”. La narración oral ha sido parte de la existencia humana durante milenios. Los niños pequeños comienzan a contar historias básicas casi tan pronto como empiezan a hablar, partiendo con oraciones simples sobre experiencias del pasado, del tipo “la galleta no está”. Los adultos rápidamente pueden elaborar a partir de estas historias de bebé: “¿Qué le pasó a tu galleta? ¡Te la comiste!”, de modo que a los tres o cuatro años, la mayoría de los niños puede contar una historia relativamente sensible sobre una experiencia pasada que un oyente ingenuo (la mayoría) será capaz de entender.
Cuando ya están en la escuela, los niños le regalarán a un adulto comprensivo historias muy detalladas sobre acontecimientos de gran importancia, como haber marcado un gol en un partido de fútbol, pero puede que dejen fuera el cuadro más amplio, como el hecho de que su equipo haya perdido. En la preadolescencia y primeros años de la adolescencia, los niños cuentan historias muy efectivas sobre los eventos en sus vidas, pero aún necesitan ayuda para entender los acontecimientos difíciles, como el momento en que su mejor amigo los dejó por otro. No es sino hasta mediados de la adolescencia que los quinceañeros pueden comprender el impacto de los eventos en sus vidas y en quiénes se están convirtiendo. Incluso los adolescentes mayores siguen beneficiándose de la ayuda de sus padres para comprender altos y bajos en el arco de la vida.
Las fiestas de fin de año son el tiempo ideal para contar historias de la familia. Cuando usted esté preparando la cena, comparta una historia con sus hijos sobre las fiestas pasadas. Incorpore los momentos divertidos, los tristes, sangrientos y vergonzosos: los niños pueden discernir cuando una historia ha sido desinfectada para protegerlos. Luego invite a todos a que también cuenten una historia. No se olvide de los narradores más jóvenes y los más viejos del grupo. Sus historias pueden no ser tan coherentes, pero puede que sean las más verdaderas y la más reveladoras.
Las historias familiares se pueden contar en cualquier lugar. Sólo nos cuestan algo de nuestro tiempo, nuestra memoria, nuestra creatividad. Ellas nos pueden inspirar, proteger y unir a los demás. De modo que sea generoso con sus historias y sea generoso en sus historias. Recuerde que sus hijos pueden mantenerlas durante toda la vida.
FUENTE:
DIARIO LA TERCERA