Eugenia Manzanera llenó de carcajadas el CMI Eduardo Guitián con una serie de cuentos tragicómicos
“Los viernes de los cuentos”, que cumplen en esta edición 17 años sembrando de relatos los escenarios –ahora, en concreto, el del CMI Eduardo Guitián, lleno para la ocasión-, son en muchas ocasiones mejor fusil para la guerra contra el aburrimiento que los trabucos de chispa con los que a veces disparan desde la creciente burbuja de los monólogos.
No es que uno no disfrute de este último género cómico, sino que su auge, quizá desmedido, ha provocado una onda de monologuistas de cuestionable calidad e indudable pereza como respuesta a la llamada de numerosos locales, deseosos de atraer un público que busca la risa y, la encuentre o no, de paso se toma una copa.
De regreso a los viernes de los cuentos, que es lo que nos trae hasta estas líneas, no se atisba grado alguno de galbana en los espectáculos con los que deleitan al público del Guitián los artistas que por allí pasan. Ayer le tocó el turno a las historias de Eugenia Manzanera, y a fe que quienes ocupaban los asientos no salieron defraudados de un show tragicómico y casi cercano a la comedia en vivo que provocó numerosas carcajadas.
Veterana del Maratón de Cuentos de Guadalajara y poseedora de un desparpajo a prueba de bombas, la narradora salmantina hizo gala además de una magnífica vis cómica con la que igual te presenta historias de escenario internacional, ya sea en China o en Irlanda, que despliega un relato en un inglés inventado, con subtítulos a base de capacidad gestual y onomatopéyica. Eso sí, al final siempre, o casi siempre, alguien se muere.
Y es que “De amor y de muerte” eran los cuentos e incluso las coplas que se marcó Manzanera, apoyándose para estas últimas en una especie de mandil de Manila, tal era la guisa de la prenda, mezcla de mantón y delantal.
Que “todos vamos a morir” algún día, como le desveló apresuradamente la cuentista al público, está claro. Que irse a criar malvas o, mejor, que se vayan otros, parezca divertido, no es tan fácil. Y Eugenia Manzanera lo consiguió con historias que, para qué engañarnos, no encierran gran complejidad pero que, apoyadas en una buena estructura del show y en las dotes teatrales de la protagonista, conectan con el público de maravilla, como también lo hicieron las pullas, sin disimular mucho, al sonido del CMI.
En cerca de hora y media de espectáculo hubo tiempo hasta para unas campanadas colectivas –el público era el encargado de dar los ¡Dong! Preceptivos- que acompañaban una versión muy libre de algún “peazo clásico” en el que, por supuesto, alguien tenía que morir. Como en estos tiempos, sin embargo, no estamos para funerales, a las risas las acompañaron los aplausos para completar el final feliz.
FUENTE: GUADAQUE
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