El jueves vino por primera vez Cristina Temprano a La Luna.
Nos ofreció un muestrario de miedos más o menos superados, más o menos resueltos, en las vidas de sus personajes, las chicas que compartieron piso de estudiantes.
Fue una sesión muy redonda: las historias de las chicas tuvieron variedad en la temática y en el tono (alguna más divertida, otra con más drama), y estaban bien tejidas en el marco de aquella convivencia estudiantil relatado por la propia Cristina como protagonista del relato principal.
Me gustó mucho ver cómo Cristina controlaba los cuentos por un lado y los espectadores por otro, atenta a sus reacciones, pero sin perder el hilo de sus personajes, cuyas peripecias relataba con precisión y cuidado, con el texto medido al detalle, con las palabras justas en su lugar exacto.
Sin embargo esa misma precisión y cuidado en el detalle, aunque como digo me gustaron porque por naturaleza son cosas que aprecio, también reconozco que me impidieron emocionarme. Es como si esa forma de contar vistiéndose del personaje que narra las historias de sus amigas escondiese a la narradora que físicamente estaba allí, pero como si en vez de contarnos las historias de sus antiguas compañeras estuviese interpretando a la narradora que cuenta los cuentos.
No obstante, es una forma de narrar que ya hemos visto en otras ocasiones, y que también permite disfrutar, en ese aspecto más intelectual que emotivo, cuando como en este caso está tan bien ejecutado.
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