jueves, abril 08, 2010

LOS JUECES Y LA NARRACIÓN ORAL

Dado el comportamiento de una parta de la judicatura rompiéndose las vestiduras con el PROCESO AL FRANQUISMO, encausando a Garzón por intentar aclarar miles de asesinatos que aun están desaparecidos en fosas comunes, cuando se admite una denuncia de un partido fascista responsable directo de esos asesinatos, cuando se pide para este hombre 20 años de inhabilitación, mientras en el caso de otros jueces realmente corruptos y prevaricadores (robos de dinero, sobornos, encarcelar a mujeres abortistas invadiendo competencias y robando dossieres...) se han librado con simples faltas. Cuando se nos dice que la ley es igual para todos, pero eso es una mentira porque los jueces interpretan a su propio criterio ese sentido de la ley y la justicia. Cuando tenemos un régimen judicial trufado de ultraderechistas, gente que decide su justicia en función de sus amistades y su ideología; y después exige a los demás respeto y cumplimiento... Es el momento de recurrir a la Tradición Oral (que es lo nuestro) y ver lo que el pueblo piensa de ellos, después de muchos siglos:

ESO NO PUEDO HACERLO. Cuento popular irlandés
Este era un hombre que andaba muy escaso de fondos. Intento ganar dinero por todos los medios, pero nunca lo consiguió. Se enteró entonces de que era posible vender el alma al Diablo durante un periodo de tiempo. Después, claro, tenías que irte con él, pero mientras el pacto estuviera en vigor, antes de morir, el Diablo te daba de todo en abundancia, y no te faltaba nada.
Así que este hombre se puso en contacto con el Maligno, y vendió su alma a cambio de cierto número de años de prosperidad, con lo que se hizo riquísimo. Todo le iba de maravilla.
Pero, por supuesto el tiempo corría.
Resulta que el hombre se encontraba de tanto en tanto con el Diablo. Y cada vez que se veían, el Diablo le decía el tiempo que le quedaba.
A medida que se acercaba la fecha en que tendría que irse con el Diablo nuestro hombre se fue hundiendo más y más en la desesperación. Ahora le hubiese gustado romper el pacto, librándose del Diablo para siempre, pero no sabía como hacerlo. Y comenzó a hacer cosas que estaba seguro no serían del agrado del Maligno, como dar dinero a pobres y para caridad. Pero eso no sirvió de nada. El día señalado tendría que irse con el Diablo, y de eso no había escapatoria.
Al final, estaba tan hundido que su esposa lo notó. A la buena mujer le pareció que el pobre se iba a morir, o que estaba a punto de perder el seso. Por supuesto, ella no sabía nada del pacto con el Diablo. Así que se puso a preguntarle y a insistirse y a darle la lata, hasta que logró que él le confesara todo.
- No me queda esperanza - le dijo su marido -. Él me tiene atrapado.
- De eso nada - replicó ella-. Todavía no estas en su poder.
Resulta que el día en que fijaron las condiciones del pacto, el Diablo había entregado al hombre un pequeño tambor, diciéndole:
- Cada vez que necesites algo de mí, haz redoblar el tambor y yo acudiré.
Y así era cómo aquel hombre se comunicaba con el Diablo cuando deseaba algo.
- Bueno - dijo la mujer-, todavía no estás en sus manos.
- ¿Y tu que sabes?- replico él -. Mi suerte esta echada.
- Bueno, pues la próxima vez que lo llames dile que deseas que haga algo por ti, y que será lo ultimo que le pidas. Si te lo concede, dile, irás con él de buen grado. Pero si es incapaz de dártelo, entonces te dejará en paz.
- ¿Y de que se trata?- pregunto el hombre.
- Pídele- repuso la mujer-, que convierta a todos los jueces en hombres honrados.
Ni corto ni perezoso, el hombre fue a buscar el tambor y cuando lo tuvo en sus manos lo hizo redoblar.
En un instante se presento el Diablo.
-¿Que deseas? - preguntó- Acuérdate de que te queda poco tiempo.
- Verás- dijo el hombre-, te quiero pedir una cosa, que será la última que te pida. Si me lo concedes, me iré contigo de buena gana. Pero si no, me trendás que dejar en paz, y nuestro trato se habrá roto.
- Yo lo puedo todo - repuso el Diablo-. Venga, desembucha. ¿De que se trata?
- Quiero que conviertas a todos los jueces en hombres honrados.
- ¿Como? ¿Qué has dicho? Eso no puedo hacerlo, porque si lo hiciese no tardaría en quedarme con las manos vacías. Dame ese tambor. Ya no lo necesitarás. Tú y yo hemos roto para siempre.

Y el Diablo desapareció, y aquel hombre no volvió a verlo nunca más.

José Manuel de Prada. LAS MIL CARAS DEL DIABLO. Editorial Juventud

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