El jueves estuvo Rodorín en La Luna

Retablillo de Títeres y cuentos, nos trajo José Antonio López, Rodorín.

La Luna se vio invadida por seres entrañables, como la rana Juana, Don Cristóbal, la urraca... mmm.. ¿Paca?, Caperucita,... que se acercaron a compartir sus historias con el numeroso público asistente. (Me encanta cuando está lleno, aunque resulte más incómodo)

Esta semana me decían que soy un blando en mis crónicas, y picado en mi orgullo tenía la intención de soltar el dardo de mis palabras.

Pero entonces descubro a Rodorín. Maldición. Otra semana de elogios.

Rodorín trajo su espectáculo sin trampa ni cartón (bueno, cartón sí). Aparentemente sin trampa porque, haciéndonos ver que todo es tan sencillo, construyendo los títeres ante nuestros ojos, de pronto un giro de muñeca hace que un trapo se convierta en un ser animado con personalidad propia. Y la trampa está en que, encandilándonos con ese gesto, nos impide en ese momento ser conscientes de cuántos giros de muñeca ha debido probar hasta dar con ese, con el que conjura al alma del títere y le da vida por unos minutos.

Es fascinante la variedad de registros que maneja, con títeres de dedo, de guante, de sombras... relatos con apoyo de libros y de objetos... y tras todo ello la voz y la palabra.

Porque en su poder también la palabra se convierte en un títere, y juega a buscarle las cosquillas, y mientras con sus títeres capta nuestra atención, con sus rimas marca el rumbo de nuestras sensaciones.

En fin, con su pequeño retablillo de títeres y cuentos Rodorín consiguió recordarnos la parte buena que tiene ser niño, y también que esa parte aún la llevamos dentro esperando asomarse.

Yo por mi parte reviví por momentos aquéllas fiestas de mi pueblo cuando íbamos a ver los títeres de cachiporra, y estábamos todos los niños vigilantes para avisar al héroe de que venía el malo o la bruja (lo que tocase), y nos encantaba cuando le reventaba la cabeza a cachiporrazos, por malo, que bien se le estaba.

Así que con Rodorín nos lo pasamos muy bien, jugamos con las palabras, nos reímos un rato, y fuimos un poco niños, que buena falta nos hace.