domingo, enero 15, 2012

Cuentos


Este regreso de la pausa navideña es un momento tan bueno como cualquier otro para detenerme a pensar en por qué estoy aquí, hablando de narración, de cuentacuentos... como quiera que lo llaméis, o como quiera que lo entendáis, ya sabéis a lo que me refiero.

¿Por qué, digo, estar aquí?

Hoy es fácil que alguien te cuente un cuento sin que tengas que moverte de la silla: en apenas medio minuto he llegado a unas cuantas grabaciones de narradores contando historias. Con sólo dedicar un rato más a la búsqueda, seguro que podría pasar una buena temporada disfrutando de los cuentos desde casa.

¿Entonces... por qué?

El calor humano, encontrarse con los viejos y los nuevos amigos. Es un factor a tener en cuenta. Pero las obligaciones cotidianas no dejan mucho espacio para reunirse y convivir, así que ¿por qué me voy a reunir con ellos en un espacio en el que se guarda silencio, para escuchar a un extraño?
Tiene que haber algo más que haga que merezca la pena salir de casa y postergar la conversación con los amigos. ¿El hecho de estar contemplando algo único, irrepetible, que aunque lo vuelvas a ver no será lo mismo?
Bueno, eso es más o menos el teatro, ¿no? Y sin embargo al teatro no voy cada semana puntualmente, no me desplazo a otra ciudad a ver una representación teatral salvo en ocasión muy especial. Y sí es cierto que cada representación es única, que los actores están ahí, compartiendo el espacio, pero... no, no es el hecho de que ocurra en vivo y en directo. Tiene que ser otra cosa.

¿Entonces...?

Ahí está la cuestión.
Lo que yo, simple observador, creo que marca la diferencia: el narrador, el que cuenta un cuento, ve al que escucha, y aún más, lo mira.
El contacto visual le dice al que escucha que el narrador es consciente de su presencia, y además le interpela, le hace también consciente de su papel escuchando, un papel importante.
Da igual si la audiencia está compuesta de siete niños con sus padres en la sala de una biblioteca, o de quinientos adultos en el patio de una sala de teatro: cuando se empieza a contar un cuento, nace un vínculo individual, cada uno lo escucha como si fuera contado para él. Y lo es. O debe serlo, si no, algo falla.

Cada jueves desde el otoño de 2006 (lo recuerdo perfectamente, contaba Carolina Rueda en La Luna) acudo puntualmente a que me cuenten cuentos. No lo consigo todos los jueves, porque tampoco nos vamos a engañar, hay de todo; pero cuando ocurre es algo que no admite comparación. No diré si mejor o peor que otras cosas. Diferente. Único.

Me pregunto a veces qué, cómo, por qué o para qué, los cuentos. Otros tienen respuestas para estas preguntas. Sus respuestas.
Comienzo aquí una serie de reflexiones en voz alta para intentar encontrar las mías.

Y aquí quedarán compartidas, para cotejarlas, corregirlas y enriquecerlas, con ayuda de todos.

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