De los registros que maneja Soledad Felloza, el que el jueves desplegó en La Luna es el que a mí más me gusta; no porque encuentre que lo hace especialmente mejor que con los otros, pues en todos se mueve bien (veintitrés años, celebrados precisamente este día, dan bastante experiencia para conocer las propias virtudes y explotarlas), sino porque a mí me llena más, me alimenta. No obstante, hubo viandas para todos los paladares, porque no faltaron el humor, la ironía, las puyas (cariñosas) de rivalidad territorial de acá y de allá.
La sesión de Soledad Felloza el jueves resultó perfecta para La Luna, un lugar de maderas oscuras y luz cálida. Una colección de cuentos que apelaban al sentimiento, que llamaban a la reflexión, o que animaban a la conversación. Cuentos contados, además, con pausa, dejando que respiraran y dejando que los fuéramos absorbiendo de a poco, paladeando las historias.
Y entre cuento y cuento, sus cosas.
En una sesión de cuentos de Soledad son tan importantes sus cosas como sus cuentos. Sus recuerdos de infancia, la figura de su abuela, sus viajes, sus gentes y sus pueblos. Sus principios y sus convicciones. Y todo ello en forma de anécdotas, de reflexiones en forma de pregunta, pero de esas preguntas que te reparte para que te la hagas y te la contestes tú. Se ve que ella ya tiene su respuesta...
Al final, y en un tono ya diferente a cómo venía siendo la sesión, nos obsequió (porque de todas formas se lo habríamos pedido) con una de esas historias incalificables de Julio César Castro y sus personajes del boliche "El Resorte". Un postre alegre para irnos a casa satisfechos y con una sonrisa.
Nota:
Si estuvisteis y os gustó escucharla, dejadle una hebra para su Caja de los Hilos. Le gustará.
* * *
¿La última vez dije que era la última? Bien, los que me van conociendo van también aprendiendo que en mi palabra se puede confiar lo justo. No es algo que haga a propósito, pero ya decía Lennon que la vida es lo que te sucede mientras te empeñas en hacer otros planes.
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