Marcela se ríe de mis mentiras cuando hablo, de mi silencio cuando callo. Callo casi siempre. Un día fui algo más que un rey y algo menos que Adán. Lo que me queda cabe todo en una caja, cosas tercas que me han buscado y no quieren dejarme. Los recuerdos no se eligen. Todos los días, al alba, sigo el sendero que va de mi casa hasta la orilla del río, entro en él dos o tres pasos y me lavo el rostro. Después me suelo quedar un instante mirando el agua turbia; ese sorbo que se me escurre del cuenco de las manos, y no la infinita que el río lleva. Me he aficionado a lo poco, me he vuelto taciturno. Cuando era joven hablaba todas las lenguas, y ahora no hablo ninguna. Pocas palabras bastan para comprar y vender cuando la mercancía anda escasa. Si algún barco atraca en mi puerto, escucho a quien llega. Hablar es para quien está de paso, y yo me he quedado quieto después de mucho subir y bajar el Amazonas. A nadie he contado mi historia. En un rincón de mi almacén he encontrado un resto de papel de carta de la mejor calidad, de aquel que hace veinte años llevaba mensajes a París y Londres; ahora que todo está demasiado lejos, las polillas han empezado a devorarlo. Me he puesto a escribir en él todo lo que he ido callando. Cómo llegué pobre al fin del mundo y de él salí pobre, cómo fui esclavo sin saber y cazador de esclavos sin querer, embajador de un anticristo filantrópico, traductor y traidor. Y cómo tuve un mundo sólo para mí y cómo vine a perderlo. Si alguien llega a leer estas palabras, que no se equivoque: soy un hombre feliz, si hay tal cosa en el mundo. ¿Y como podría no serlo? Cuando uno se hace lo bastante hosco, el mundo se le hace suave. Los poetas ya han elogiado de sobra la vida retirada: nada quiero, y cada día me trae a la puerta más pájaros y luces de los que nadie puede poseer. No le temo a nada que valga la pena temer. Aquí el calor no descansa. Voy a cazar tres o cuatro días por semana, y tantas veces he reconocido en los ojos de mi presa mi propia mirada, tantas veces la he vuelto a encontrar otra vez igual después de cuatro o cinco cazas, que no me preocupa más la muerte que un viaje. Y tengo a Marcela: Marcela durmiendo, Marcela abriendo los ojos, Marcela abriendo los brazos al extender las sábanas en el tendedero, sus pies ligeros desnudos sobre la tierra o el barro, Marcela riendo, imitando el croar de los sapos o el canto del uirapurú, que nadie más sabe imitar. No sé por qué se queda aquí conmigo, tan joven, en este fin de mundo con este fin de hombre; puede ser la larga costumbre, pero ella no tiene el rostro de quien se entierra en costumbres. De mi historia sólo sabe lo esencial. (... )
Aunque no sea éste un blog de crítica literaria -ni yo un crítico-, me atrevo a recomendaros esta magnífica novela que ha visto la luz casi por casualidad. Y digo esto porque su editora madre no la habría echado al mundo de no ser porque el jurado del "I Premio Ciudad de Logroño" en una mención especial, recomendó vívamente que se publicara. Lo cierto es que esta opción no se contemplaba en las bases, cuyo único premio contemplaba la publicación de la novela ganadora, su promoción y los 90.000€ de premio. Vete a saber si la mala conciencia o la posibilidad de que el boca a boca la acabara convirtiendo en un clásico publicado por otra actuaron de forceps, pero el caso es que aquí está para que la disfrutéis, publicada por Algaida. "La única margen del río" Oscar Calavia ISBN: 978-84-9877-109-1 Los que sintáis un imperioso impulso por agradecerme la recomendación, podéis poneros en contacto mediante el enlace, para mandarme el vino o los jamones.
1 comentario:
Me parece muy pertinente la recomendación, porque hay que hacer visibles todas estas obras que viven en las orillas (hablando de márgenes) de las corrientes comerciales. La verdad es que después de leer "Las botellas del señor Klein" (al que no lo haya leído se lo recomiendo mucho), ya tenía ganas de pillar más cosas del Calavia.
El jamón, si te valen unas lonchas entre pan y pan, cuenta con él.
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