Problemas en los transportes hicieron que Carlos Pérez-Aradros y Diego Calavia actuaran como "teloneros" de Liliana, hasta que ésta pudo llegar a La Luna.
Cuando llegó, nos ofreció una sesión algo más breve de lo habitual, pero con contenido.
Liliana me dio la impresión de una narradora que, quizá por su oficio de escribir, o por elección personal, cuida especialmente las palabras. Sus cuentos están medidos, pesados, y elaborados minuciosamente, y apenas se permite estirar de ese tejido de elementos que forman su forma de narrar.
Y pese a que con eso se corre el riesgo de hacer una narración "literaria", ella consiguió evitar ese camino.
Sus cuentos consiguen enredar al que escucha, lo van empapando, y lo hacen acompañar a los personajes, seguir sus peripecias de cerca. Y lo que podría ser literario, es color, es aprovechar y exprimir la capacidad expresiva del idioma, darnos el placer de disfrutarlo.
Una lástima no poder haber disfrutado un rato más, pero en fin, las cosas las tomamos como llegan, así que "fue bonito mientras duró". Y queda pendiente una visita con más calma y tiempo.
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