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Esta vez urdió su sesión alrededor de un tema que a muchos nos resulta cercano: los ladrones.
Pero de esos ladrones que, como decía mi admirado Jardiel, son "gente honrada". Ladrones que son buena gente.
O ladrones pícaros, no tan honrados, que por su codicia salen escaldados.
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Alberto fue una vez más fiel a su linea de trabajo, y nos ofreció una colección de cuentos tradicionales, de diversas tradiciones del mundo (pues en el fondo la tradición es una sola, ramificada a lo largo de los siglos), o cuentos que, aunque más recientes, mantienen en su origen lazos de unión con lo tradicional.
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Cuentos en los que a Alberto se le percibe cómodo, porque llegan bien a la audiencia: por su estructura, por la forma de plantearse, por su moraleja o su conclusión, nos resultan de alguna forma familiares.
Y todo esto con simpatía, con saber hacer, cuidando los argumentos, las palabras y cuidando también a los asistentes, explicando el cómo y el por qué.
Una forma estupenda de retomar las sesiones de cuentos los jueves en La Luna.
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