viernes, octubre 17, 2008

LA NARRACIÓN ORAL EN ECUADOR


Acto de comunicación y sabiduría, acto de belleza y transparencia, acto de imaginación. Contar relatos es todo esto y ahora está emergiendo de un prolongado letargo. Porque la tradición oral en el continente ha estado latente, escondida en el monte o encerrada entre las comunidades indígena, afro y criolla.

Desde que el escritor y hombre de escena cubano Francisco Garzón Céspedes creó la narración oral escénica, renovando el antiguo arte de contar, hace aproximadamente 20 años, la palabra, la memoria y el gesto vivo se han presentado en varios escenarios del mundo.

En el Ecuador, este despertar de la cuentería, sumado a la larga tradición oral, es el que motivó la ejecución de los festivales Un Cerro de Cuentos, realizado en varias localidades de Guayas, Manabí y Los Ríos, y Contando Ando desarrollado en Quito.

Zaidum Choez, actor integrante de la Fundación Cactus Azul, dice: “En estos tiempos donde la tecnología nos ha apartado de la posibilidad de comunicarnos entre seres humanos, la narración oral nos permite eso, porque el cuentero no puede existir sin los que están escuchando. El momento que tú cuentas revives en el otro”.

A diferencia del teatro, el público que presencia una narración oral no es espectador, es interlocutor. Talvez, el mayor alejamiento entre la narración oral escénica y el teatro sea la dinámica, pues en el primero la palabra prima sobre la creación de imágenes.

Sin embargo, se comparten muchos recursos y elementos. Además, la mayoría de cuenteros nacionales es gente de teatro.

También se debe contrastar entre la tradición y la narración oral. “La diferencia tiene que ver con los cuenteros naturales, como es mi papá; para ellos, contar es tan consecuencial como sembrar y cosechar, terminar una jornada y empezar otra. En tanto, el profesional hace del cuento un espectáculo. Yo me valgo de las artes escénicas para que el relato llegue de otra manera”. Así se expresa el actor Raymundo Zambrano, quien a través de la cuentería rescata la memoria del pueblo montubio.

Zambrano se crió en el campo manabita, donde contar historias y rezar el rosario se hacía a un tiempo. Por ello, en la casa en la que vivía siempre estaban dos libros: la Biblia y un ejemplar de las ‘Mil y una noches’.

Un caso parecido es el del actor Pepe Morán, quien escuchó todo tipo de relatos en Jipijapa, su pueblo natal, y ahora los reproduce sobre los escenarios.
Para él, el narrador oral es un educador no formal, un profesor que enseña una historia no oficial y mantiene viva la memoria ancestral.

“Es una manera de contribuir a que la imaginación de los niños, que está atrofiada por tanta televisión, pueda ver una pequeña luz para seguir creciendo”, dice el actor, quien por ahora presenta su obra ‘Cuentos de horror con mucho humor’ en El Teatro del CCI, norte de Quito. Mediante el reencuentro en la palabra, la narración oral permite llegar a la cuestión mítica del origen, a los cuentos de espantos y a las leyendas; así la memoria permanece en el tiempo.

Por ello, para que la oralidad devenga en un patrimonio tangible, Pepe Morán recuerda el caso de un grupo de artistas del Japón, catalogado por su Estado como un bien cultural viviente. “No creo que sea magia porque en otros países ya lo han hecho”, sostiene Morán.

Los géneros

El mito forma parte de la cosmogonía de una región o de un pueblo. La magia atrae a los oyentes.

Los cuentos de terror y espanto han sido siempre un atractivo para los más pequeños.

La leyenda resulta fantástica, pero en realidad puede tener un lejana inspiración histórica.

La anécdota es una noticia breve de algún suceso particular y notable.

La fábula desemboca en una moraleja. Los protagonistas son animales que actúan como seres humanos.

FUENTE: DIARIO EL COMERCIO

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