Mario Vargas Llosa, ¿dramaturgo? El escritor peruano tiene, efectivamente, varias obras de teatro a su haber, entre ellas “La señorita de Tacna”, “La Chunga” y “El loco de los balcones” (ésta versa sobre el restaurador de una ciudad y resulta sugestivo pensar que el peruano tuvo a don Ricardo Alegría en mente, toda vez que lo admiraba inmensamente y lo entrevistó en 1981 para su programa televisivo, “La torre de Babel”).
Mario Vargas Llosa, ¿actor? Esa faceta del novelista no es tan conocida. Lo ha sido, sin embargo, al menos en la ocasión de que se estrenara esta pieza que ahora se publica en forma de libro. En el 2008 interpretó en España uno de los dos personajes que figuran en ella, junto con Aitana Sánchez-Gijón. Son los del rey Sahrigar y su esposa Sherezada. Cruel y sanguinario, el Rey mataba a sus esposas tras haber pasado una sola noche con ellas. En el caso de Sherezada no lo hizo porque quería saber cómo finalizaría el cuento que ella empezaba a contarle cada noche. Se trata de “Las mil y una noches”, desde luego, adaptada libremente. Es un tema –el del poder de la literatura para dar vida y transformarla- muy caro al escritor. “Porque con el primitivo contador de historias comienza todo: lo que serían, siglos más tarde, el teatro y la literatura, por ejemplo, y todas las formas y géneros que, como aquéllos, levantan, paralela a la vida de verdad, una vida de mentiras: la ficción”, escribe en el prólogo.
La representación de esta obra tiene que haber sido maravillosa. Las fotos de Ros Ribas que se incluyen muestran a un Vargas Llosa intenso, vestido con majestuosos ropajes blancos, interpretando a Sahrigar y saliéndose de su personaje para también proyectarse hacia aquéllos que describe Sherezada en sus cuentos. Esta, a su vez, interpretada por Sánchez-Gijón, lleva ropas de harén y aún en las fotografías su rostro expresivo le presta pasión a las historias en las que ella, también, interviene.
Las historias de “Las mil y una noches” que ha escogido Vargas Llosa para elaborarlas en esta pieza no son de las más conocidas. Por eso, tal vez, obran sobre nosotros (el público inicial o los lectores actuales) el mismo efecto fascinante que obraron sobre el sultán: queremos saber el final. Son historias de encuentros y desencuentros, de venganzas y retribuciones, de traiciones y crueldades. Son historias de transformaciones continuas en que los seres cambian de forma y de talante, enseñándonos así (mucho antes de que lo hiciera la filosofía), cuán engañosos son los sentidos. Y nos enseñan que el arte puede distraer, aunque sea por breves momentos, la tragedia de la existencia del hombre, abocado siempre a la muerte y puede –también- humanizarlo, como sucede con el feroz sultán, que en la última escena de la obra confronta a Sherezada con amor y no con saña.
Carmen Dolores Hernández DIARIO EL NUEVO DÍA
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